1933. Aurora Rodríguez se sienta en el banquillo de los acusados. Va toda vestida de negro. Lo hice porque era dueña de su ser –dice para sus adentros-, y lo volvería a repetir. Yo la creé y sólo yo tenía poder para quitarle la vida –se repite. Mira su tripa, la que hace diecinueve años diera a luz a ese ser extraordinario que creó.
Yo tenía una muñeca cuando era niña. Era una muñeca grande, a la que peinaba y vestía todos los días. Me la regaló mi madre, se la había traído su padre de Cuba. Y nunca me separé de ella. la tuve hasta que fui mayor, incluso cuando era adolescente la llevaba siempre conmigo. Hasta que un día mi padre dijo que ya estaba bien de niñerías, y me la arrancó de los brazos… (...)