(Tres días después del asesinato de Raquel Manjón)
Susana Salgado sintió de nuevo la punzada de culpa de las verdaderas víctimas. La opresión en el centro del pecho, el ahogo sordo de la respiración, el vértigo. Tres días hacía que apenas probaba bocado, desde que el subinspector Contreras dejase el informe forense del asesinato de Raquel Marzal sobre su mesa. Cerró los ojos intentando ahuyentar sus propios fantasmas. Pero el rostro de Raquel Manjón se le representaba una y otra vez. Incluso en sueños. Se le aparecía con las magulladuras todavía coloridas sobre la palidez de cera de la muerte, con las heridas aún abiertas sobre la piel ya sin vida. Con las cicatrices de sangre seca salpicando sus pechos, sus muslos, su pubis. Cerró los ojos de nuevo. Todos nos hemos sentido culpables en algún momento.
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