1907. Carmen de Burgos desciende del tren en la estación de Atocha. El humo de la carbonilla le ha teñido la cara de negro a la niña que lleva sobre su grueso brazo derecho. En la mano izquierda sostiene una pesada maleta de cartón gris. Allí lleva sus pocas posesiones, las que ha metido deprisa por la mañana, antes de salir deprisa y corriendo para la estación. En su huida cogió cuatro cosas y todos sus sueños. Agarra con fuerza la maleta gris, una maleta cargada de sueños.
Cuando desciende del tren ve reflejado su cuerpo grande y fuerte en los cristales del interior de la estación. Su porte parece ahora más fuerte que hacía unas horas, arrugada frente al brazo de su marido. Ahora esa mujer que le devuelve el reflejo de los cristales vuelve a caminar erguida. Parece otra. Una extraña a la que quiere alcanzar para meterse en su cuerpo. Apoya la maleta gris llena de sueños en el suelo de la estación. Siente sus pies firmes sobre la tierra.
(...)
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